
Últimamente, la industria del videojuego desarrolla juegos cada vez más grandes. Parece que el valor de un juego se mide en la cantidad de terreno que tienes que explorar. No es de extrañar que, cuando sale un juego nuevo, una de las preguntas más buscadas es cuánto dura. Hay tanto catalogo por el que navegar que debemos calibrar muy bien nuestras elecciones. No soy una detractora de los juegos largos, pero me enfada y me apena enormemente que últimamente hagamos una relación entre precio y cantidad en lugar de fijarnos en la calidad de la historia que nos cuentan, el poder narrativo o la diversión e innovación de las mecánicas que nos presentan.
Año 2015. Hacía poco que había salido la flamante consola de Sony y todos nos frotábamos las manos frente al juego que iba a suponer un cambio gráfico real en la nueva generación. The Order 1886 se había presentado como la punta del iceberg gráfico de lo que podía ser la –por aquellos entonces—nueva generación. Con el sello de calidad y exclusividad de Sony, se había introducido en nuestros hogares e instalado en nuestros discos duros.
Una banda sonora impecable. Un desarrollo de personajes bien elaborado. Una estética victoriana sin parangón. Primeras críticas: no es mundo abierto. Yo fruncí el ceño ¿por qué debe ser mundo abierto? Los jugadores se quejaban de que había sido un trabajo titánico diseñar y desarrollar la ciudad de Londres y que era un desperdicio no tener acceso a todo el mapa. Yo encogí los hombros y seguí jugando. Pensé, para mí misma, que los hechos que nos querían contar se centraban en una parte del mapa de Londres. ¿Para qué era necesario entonces tener acceso a todo él? ¿No desviará esto nuestra atención del cometido real?

Muchas veces, todas las misiones secundarias que hacemos nos hacen perder tiempo y nos alejan de nuestro objetivo principal. ¿Para qué necesito repetir mil veces un tipo de misión que no me va a aportar prácticamente nada nuevo? ¿No estamos perdiendo el tiempo? Mi tiempo es muy valioso porque es muy escaso. Imagino que, como todo el mundo, el tiempo libre que tenemos lo aprovechamos para vivir experiencias, compartir sensaciones… vivir, al fin y al cabo. ¿Qué me aporta una misión de recoger pieles en un juego como Horizon Zero Dawn? A mí, personalmente, nada.
En un juego como The Order 1886, el ritmo debe estar muy marcado y muy bien hilado para que no te pierdas ninguno de los detalles. La historia, que ocurre en un escaso periodo –dos días si mal no recuerdo—nos concatena una serie de acontecimientos que, si damos mucho espacio entre ellos, no tendrían sentido. La historia está contada a través de unos hitos muy marcados y salirnos de este marco sería contraproducente. Sería muy extraño estar persiguiendo un hombre lobo por las calles de Londres y de pronto pararnos para hacer una misión secundaria de escolta. Nuestro querido Sir Galahad frunciría el ceño y levantaría una de sus pobladas cejas.
Segunda crítica: el juego es muy corto y no es rejugable. Vuelvo a suspirar de forma profunda. The Order 1886 te cuenta una historia, con su principio y su fin. Sin toma de decisiones, sin finales abiertos y sin Nueva Partida +. Como una buena película, su cometido acaba cuando sabes el desenlace. También como las buenas películas, puedes volver a verlo –en este caso jugarlo—sin tener que conseguir una experiencia diferente. Sin tener que aumentarle la dificultad. Puedes volver a jugarlo solo por el simple hecho de volver a experimentar la angustia que se siente al estar encarcelado. Solamente por volver a vivir los tiroteos en donde estás encerrado en una ratonera y miras al cielo en busca de un golpe de suerte. Puedes volver a experimentar todo ello sin tener que cambiarle nada. ¿Por qué necesitamos que la experiencia sea más vinculante cuando ya nos han transmitido lo que querían? ¿Cuál es el sentido real del videojuego? ¿Es acaso rellenarlo como a un pavo en navidad para que valga la pena todos y cada uno de los euros que nos hemos gastado?
Si esto fuera así, el Assassins Creed Valhalla sería el mejor juego de la historia y un juego como Little Nightmares una vergüenza. ¿Pero realmente podemos medir la diversión en kilos? La gente también lo vincula al precio. Véase Resident Evil 3, un juego que dura 5 horas escasas. Este juego, en comparación con su predecesor, ha sido muy criticado porque salió sin precio reducido y costaba la friolera de 59,95 euros. La gente se echó las manos a la cabeza. Sin embargo, da una experiencia completa. Te cuenta la historia que te quería contar, con los acontecimientos que debían vivir los dos personajes. Con una capacidad gráfica impresionante, es capaz de transmitirnos angustia y ansiedad. El equipo ha hecho un excelente trabajo para trasladarnos a los acontecimientos de Raccoon City en imbuirnos en su esencia. ¿Qué hay de malo en que dure poco tiempo?

¿Desde cuando el valor de un juego se mide en horas? Mi tiempo es escaso y me gusta gestionarlo bien. Saber que un juego tiene 80 horas no me importa si estoy segura de que son de contenido original, pensado para el deleite del jugador y no para que tenga que cazar palomas. Muchas veces, quiero solamente experimentar algo inédito, algo que solamente implique moverme por un escenario y resolver puzles de la manera más simple.
Pienso ahora mismo en Journey. Lo jugué tras haber acabado un título tremendamente largo y me concedió una paz mental que pocos juegos me habían dado hasta la fecha. El hecho de, sencillamente jugar y disfrutar como quien escucha un concierto de música clásica, me hizo relfexionar sobre la misma industria de los videojuegos y sobre las riendas que estaba tomando. Y es por eso que reflejo todos estos pensamientos en este texto hoy. ¿Compramos dos kilos y medio de diversión transformadas en 180 horas de Assassins Creed Valhalla? O bien nos centramos en experimentar la angustia, el miedo y la concoja con Layers of Fear? ¿Cuanto más mejor o preferimos concentrarlo en pequeñas dosis?
Cojo el mando de mi Playstation 4 y miro de soslayo a Mono, de Little Nightmares 2. No cambiaría este juego, ni lo que me hizo sentir su predecesor, por las 100 horas de cualquiera de los juegos modernos. Aunque estas son reflexiones tremendamente personales, ¿qué pensáis vosotros?
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